2 mar 2009

Rabia

Pura rabia brota de mis venas. Enfadado conmigo mismo, me hayo en mi habitación, atenuada y penumbrosa desde mis ojos. Busco en mi interior una respuesta de por qué me está ocurriendo esto. Soy libre, he decido seguir un camino el cual no hace otra cosa más que recordarme que me he equivocado.

Dicen que gracias a la libertad la gente es feliz, pero no consigo aceptarlo. No me autodenomino libre por haber escogido el camino que yo quiera, me auto nombro de tal forma puesto que a la hora de realizar esa elección, he visto los pros y los contras. Pero ahora, en este preciso momento y en todos los acontecidos desde el punto de partida de mi errónea opción, siento que he sido un idiota al pensar que algo así es producto de lo que yo consideraba lo mejor. ¿Cómo no pude ver venir esto? Pero las lamentaciones, arrepentimientos y lloros, no sirven de nada. Ninguna cosa me puede hacer retroceder hacia el pasado y cambiar el daño que ya está hecho, el daño que yo me he hecho y el daño que les he hecho a más personas. Cuando pienso que, en realidad, no me he equivocado, sino que he hecho lo correcto, mi corazón palpita a un ritmo mayor aún y me recrimina mi errado pensamiento. Desesperado, busco la manera de aliviar mis penas, afligido por el pasado, nado en un mar de tinieblas que es mi vida, en busca de la verdadera y única respuesta. Cuando creo que la vida es bonita, cuando a través de todo veo luces y salidas, cuando todo es perfecto, algo por irrisorio que sea, arruina lo que era una vida y la transforma en una supervivencia. No siempre las personas somos conscientes de las cosas hasta que no sufrimos las consecuencias en frío. Eso mismo es lo que me ha pasado, creyendo que la mejor elección era aquella cual seleccioné, aquella que en su momento era la más acertada y la que menos inconvenientes tenía, erré. Muchas veces me doy cuenta de que soy demasiado bueno y los problemas de aquellos que yo denomino amigos se convierten en mis problemas, asumiendo las consecuencias de los mismos. Cuando miro, busco, cavo, indago en los mares de pena de mi corazón, bueno más bien de lo que queda de mi medio corazón, encuentro esa imagen, aquella que me recuerda el pasado que no debería afligirme, allí veo lo que me desespera y me asfixia, el momento en que todos estaban allí y yo llegué. Ahí, cuando tras saludarlos a todos no llegué hasta él por mero orgullo, en el instante en el que su mirada se dirigió hacia mí con contrariedad y confusión. Tras aquella figura que en ese momento hubiera encontrado una puerta por donde salir, ahora no encuentro ni siquiera una ventana, una ínfima ventana, nada. Reboto contra el suelo tras perder el conocimiento e incluso ahí, está él, está su cara, están esos ojos juzgadores los cuales dictaminan sentencia sobre mí. Culpable del delito, conduzco mi alma hasta las profundidades del Hades, en donde en la laguna Estigia me espera Caronte en su barca. Preparado para recoger sus honorarios de entre mis ojos y arrojarme hasta el lago en donde las almas de aquellos no merecientes de ir al Paraíso nadan desesperados en busca de una salida. De repente, sus gélidas e inertes manos, cogen con extrema delicadeza mi cabeza y con su dedo índice me señala el horizonte donde, de nuevo, resurge la imagen repetida de lo que sería mi infierno a partir de ahora. Aguardaba, con los ojos cerrados, el momento en el que mi cuerpo cayera al agua, pero esa espera se prolongó demasiado y abrí mis ojos. El rostro del barquero se tornó hacia mí y en sus facciones acabé reflejado. Repentinamente, un grito de satisfacción brotó de su boca y un escalofrío recorrió mi espalda e hizo que mis párpados taparan mi visión. Cuando de nuevo entró luz en mi mente, ya no estaba allí, de nuevo me encontraba en lo que antes me resultaba ser una nebulosa habitación sin salida. Con fuerza y entereza, me dirijo hacia el teléfono con la intención de llamar al propulsor de mi agonía y es justo ahí cuando, esperando su respuesta, la imagen desaparece y tras ella una puerta. Con presteza, cuelgo el auricular debido a que mi intranquilidad desapareció. Pero pronto surgió de nuevo, poco a poco, su cuerpo se fue volviendo más y más nítido hasta que su imagen clara volvió a mí. El timbre del teléfono me alertó y mirando el número me doy cuenta de que de nuevo esa perturbación desaparece. Contesto con rapidez y su voz, penetrante y dulce, me pide una explicación y es ahí cuando, harto de ser el más débil, cuelgo. Mi disposición de arrastrarme hacia él y todos había acabado. Mi decisión, produjo que todo lo que agonizaba mi ser, desapareciera. Había logrado alcanzar la consecuencia de la libertad. La felicidad.

A partir de ese momento, decidí que nada era lo suficientemente importante como para que mi vida sufriera por su causa. Nada ni nadie que yo no considerara importante, nunca haría de mi corazón un amasijo de de tiritas y puntos.